A comienzos de mayo pasado, Pola Mora (Bienal de Arquitectura de Chile/ArchDaily) y yo participamos junto a Ethan Kent (Projects for Public Space) y José Chong (ONU-Hábitat) de las jornadas de evaluación de los proyectos que integran Imagina Madrid, un programa impulsado por Intermediae, el espacio experimental del Área de Cultura y Deportes del ayuntamiento de la capital española.
En Imagina Madrid arquitectos, artistas, colectivos y creativos de todo tipo deben unir fuerzas (y transar egos) para desencadenar experimentaciones artísticas en un puñado de distritos periféricos de Madrid, acompañados antes del primer atisbo de diseño por comunidades y organizaciones locales. Y si asumimos que la periferia urbana carece de los equipamientos y servicios necesarios, entonces en el caso madrileño la periferia también está marginada del lucrativo mercado del turismo: 9,9 millones de turistas de todo el mundo visitaron Madrid el año pasado, aportando a un rubro que representó el 14,9% del PIB total de España en 2017.
La apuesta de Imagina Madrid es particularmente arriesgada si consideramos que la inversión estatal en lo temporal suele asociarse con derroche y lo inmediatista. Asumimos que el Estado debe entregar certezas, no incertidumbres. Sin embargo, el programa ha sido entendido —y comunicado— como la punta de lanza de una nueva aproximación a la ciudad y los nueve equipos participantes deberán ser capaces de medir objetivamente los resultados de sus intervenciones para justificar sus propuestas, su impacto y, en parte, la continuidad de Imagina Madrid. Así se blindará de las críticas a este tipo de iniciativas que erróneamente son presentadas bajo el paraguas del urbanismo táctico: intervenciones rápidas, fotografiables —instagrameables—, en "lugares de alta concurrencia y sin problemas de activación", donde su éxito está prácticamente asegurado, como advirtió la arquitecta chilena Consuelo Araneda hace unos meses en una columna publicada en ArchDaily.
Sí, las propuestas de Imagina Madrid son temporales y no solucionan las problemáticas urbanas que vive la periferia madrileña. Sin embargo, la periferia madrileña —y la europea, por extensión— no carga con los problemas que aquejan a su contraparte en los países en desarrollo: según el análisis de la mayoría de los equipos seleccionados en Imagina Madrid, la heterogeneidad etaria y étnica de la periferia ha llevado a una falta de diálogo que tensiona la convivencia y el espacio público. Esta situación generaría todos los conflictos y problemas que pueden aquejar a los barrios: esto es culpa de los inmigrantes, esto es culpa de los mayores, esto es culpa de los jóvenes, esto es culpa de los otros. El problema siempre es por culpa de otros, quienes dañan particularmente la imagen —bien ganada— del orgullo español por el intenso uso del espacio público.
¿Por qué es relevante hablar de Imagina Madrid y su metodología colaborativa, multidisciplinar y descentralizada si los proyectos están a mitad de camino? Porque es inevitable verlo más allá de una simple iniciativa municipal: a diez años del estallido de la burbuja inmobiliaria en 2008, Imagina Madrid está influenciado por el doloroso proceso de reinvención que sigue viviendo la arquitectura española y que ahora finalmente parece permear las metodologías estatales. Si bien el debate público en España no llega al consenso de si la crisis ya pasó del todo, sí está claro que la desigualdad económica creció a pasos agigantados, los salarios apenas se han recuperado respecto a hace diez años y ahora se trabajan menos jornadas a tiempo completo. Mejor volvamos al 2008.
"A finales de los 90 España estaba muy enfocada en una manera de hacer arquitectura", argumenta Carmelo Rodríguez, cofundador de Enorme Estudio, en una entrevista que le hicimos hace unos meses. "Esa manera tenía dos patas principales: una era hacer viviendas, pues en esos años en España se hacían miles y miles de viviendas; y dos, ganar concursos de equipamientos públicos. Entonces tenías que hacer arquitectura a través de esas dos maneras, porque cualquiera otra generaba bastante frustración", agrega.
La crisis española desatada en 2008 remeció profundamente la profesión, acelerando el recambio generacional entre quienes egresaron a fines de los años 90 y comienzos del 2000: Izaskun Chinchilla, Andrés Jaque y Ecosistema Urbano, solo por mencionar algunos casos disruptivos. Todos ellos hoy en día siguen representando una arquitectura fresca, aunque consolidada en el circuito mainstream: Chinchilla es académica y profesora en UCL, Jaque es director del programa de diseño arquitectónico avanzado en Columbia GSAPP, mientras Belinda Tato y José Luis Vallejo —fundadores de Ecosistema Urbano— imparten clases en Harvard GSD desde 2010.
Asimismo, la crisis y la consecuente precarización permitieron que otras formas de ejercer el diseño que estaban en sus primeros pasos explotaran rápidamente. Cuando lo edificable era lo que se esperaba de los arquitectos, ahora era posible mostrar algo edificable con pocos recursos (y múltiples sacrificios): así comenzó a ser tomada en serio la pequeña escala, el autoencargo, el reciclaje, la temporalidad, el proceso por sobre el resultado, los colectivos y la real multidisciplinariedad.
En este bloque emergen progresivamente oficinas nuevas o que ya venían experimentando, tales como Basurama, Enorme Studio, Paisaje Transversal, Zuloark, Boamistura y PKMN Architectures. Justamente este estado del arte venía siendo inventariado por FreshMadrid, la plataforma comisariada y creada por Ariadna Cantis en 2006, mientras la recuperación del espacio público comienza a cobrar especial relevancia con proyectos que confirmaban que esto era posible como El Campo de Cebada, La Tabacalera y Estonoesunsolar.
Como reacción, la academia y la crítica reconoció a regañadientes que todo aquello también es arquitectura: Arquitectura Viva, baluarte del arquitectura impresa, dedicó, con ciertas aprehensiones, un número especial a los colectivos españoles de arquitectura en 2012 ("¿son tan distintos los colectivos de hoy?", se preguntaba retóricamente Luis Fernández-Galiano en la editorial de aquel número).
La crisis también forzó la emigración de miles de arquitectos españoles que no lograron encontrar su espacio en un mercado precarizado. Esta emigración ha sido mapeada cuidadosamente por EXPORT (2015), el inventario de la arquitectura española más allá de sus propias fronteras, curado por Edgar González, quien también expande el foco al mundo editorial (DPR-Barcelona), la difusión y discusión arquitectónica digital (Stepien y Barno, Veredes y Ecosistema Urbano nuevamente) y la fotografía de arquitectura (Miguel de Guzmán), con amplio reconocimiento internacional.
A una década de la Gran Recesión se advierte que las estructuras financieras aún no aprenden la lección, mientras las democracias occidentales se ven enfrentadas a exitosos brotes de populismo, xenofobia y aporofobia. Sin embargo, las transformaciones de la arquitectura comienzan a permear en las políticas públicas: en el caso de Imagina Madrid se expresa a través de una voluntad política por explorar nuevos aproximaciones a las ciudades y al espacio público, considerando que la especulación y el sobrestock en el sector inmobiliario contribuyeron al descalabro en España. Por lo mismo, no debería sorprender que Juan López-Aranguren, de Basurama, sea el coordinador de Imagina Madrid.
En el pasado XV TSL Puno la fundadora de Semillas, Marta Maccaglia, explicó que la participación ciudadana es real cuando involucra todas las etapas y no únicamente cuando se consulta a los usuarios/beneficiados o cuando se estructuran procesos paternalistas donde la arquitectura entrega objetos como si fueran regalos. En el caso de la periferia madrileña, sus problemáticas están muy alejadas de las que detecta, por ejemplo, la denominada arquitectura social en algunos países latinoamericanos, donde arquitectos y arquitectas intentan subsanar las carencias del Estado en los márgenes que deja la desregulación urbana, diseñando y construyendo equipamiento comunitario en barrios vulnerables. Ya sean estados fallidos (o cojos), o bien, Estados de bienestar en proceso de desmantelamiento, la comunidad está obligada a ser un actor activo para la materialización y el consiguiente éxito de las intervenciones, que son el resultado del desarrollo y testeo de metodologías alternativas de intervención urbana.
El caso de Imagina Madrid es particularmente provocador porque de este tipo de iniciativas esperamos imágenes, objetos y fotografías de niños jugando y abuelos riendo en una banca. Las reglas están dadas para que la activación cultural no dé necesariamente un objeto físico y edificable (genera morbo imaginar a arquitectos, artistas y vecinos trabajando juntos), lo que vuelve más arriesgada la apuesta del ayuntamiento: si en Paraíso (In)Habitado, el equipo del proyecto busca crear una biblioteca sonora, Kópera es una ópera urbana que —inspirada en el libro Rebelión en la Granja— escudriña las pugnas de poder en un Madrid distópico donde los barrios más acomodados quedan bajo el agua.
Imagina Madrid es un proyecto en desarrollo, una apuesta a la incertidumbre —mientras las sociedades occidentales parecen evitar aquello—, una verdadera triatlón donde la fotografía del momento no da luces del resultado final, pero todo forma parte del proceso. Todo sirve. Todo suma. Esa es la apuesta.